Okupa en agosto

Tengo algo que decir.

Esta semana han vuelto a okupar nuestra casa. Cada verano, desde hace cuatro años, es okupada por alguien que nadie diría que va okupando casas.

Su marca es la elegancia, lo conceptual, el manejo social y el dominio de algunas artes. Tiene don para los negocios y el marketing. Esto último lo ha aprendido en los últimos tiempos. Sabe que para vivir al ritmo que él necesita debe vender, a cualquier precio.

Y a esto es a lo que se ha dedicado últimamente. Su negocio principal está centrado en algo que está dentro de nuestra casa, algo de valor incalculable que podría haber sido compartido si hubiera dejado sus artes fuera de ésta. Sin embargo, lo quiere todo para sí, para sus propios fines.

Nadie diría que algo tan maravilloso puede contenerlo un hogar, sin embargo mi vida empieza gracias a ella. Algunos de mis recuerdos más importantes de infancia en este hogar giran en torno a su olor a mar cantábrico, a hierba mojada y lavanda, a la frescura de su tacto, a su mirada, a la imagen delante de mí de lo que más he amado desde que soy niña.

En mi juventud y vida adulta seguí buscando tenerla delante de mí. A los 18 años conocí al okupa. Alto, arrogante, un hombre joven con una sonrisa torcida. Algo empezó a cambiar.

Pasaron muchos años hasta que el okupa y yo nos encontramos cara a cara después del duro golpe. Yo estaba confusa por la pérdida, mientras él me decía que todo sería suyo, que yo no era nada, que nada me pertenecía. Todo tendría que ser para él. El okupa cumplió su palabra y mostró al mundo esa sonrisa, sus intenciones en los bolsillos, y la palabra de ella en su boca.

Empezó okupando la habitación de ella. Esta era la habitación que guardaba su olor a lavanda. Allí estaban sus objetos más privados, como una colección de rosarios de los que no quedó ninguno. También su ordenador, su teléfono, libros, cuadros…

Después okupó la biblioteca. En este espacio era donde ella trabajaba y guardaba la documentación y las grabaciones que mostraban el talento y el esfuerzo de una vida. Como un tornado que arrasa, se llevó casi todo lo que ella había reunido durante tantos años y el okupa puso su firma.

Después okupó la sala de visitas. Allí acudían infinidad de personas a hablar con ella. Él se sentó en su trono y a cada persona que quería escucharle él le contaba una maravillosa fábula. Se repetía la estructura principal: Un rey, una reina, un castillo y los traidores que querían quedarse con todo.

Los okupas piensan que les pertenece todo aquello de lo que se apropian, de tal manera que los dueños parecen avariciosos, egoístas, interesados solo en sus pertenencias. Este poder de convicción también es propio de las personas narcisistas que tienen el don de hacer creer a todo el mundo que tú eres el culpable, que eres malo, no suficiente para ninguna tarea importante. Todo esto justifica cualquier acto del narcisista. Así se empieza a expandir la luz de gas.

El okupa era imparable y después de la sala de visitas se hizo con el jardín. Dejaron de salir las rosas rojas y la rosa blanca de agosto, y el verde del césped se convirtió en un manto negro.

Nuestro hogar era cada vez más desolador, y nosotros nos fuimos retirando con menos fuerza para resistir la energía del okupa y la mirada desconfiada de los vecinos. El okupa mostraba al mundo que él era el salvador, aquel que nunca dejaría morir la memoria de ella.

Por ello cada agosto, desde hace casi 4 años, el okupa se hace aún más visible. Su negocio es mantener las visitas a nuestro hogar. Cuantas más visitas más importante su cargo, y parecía más significativo su supuesto propósito.

Lo que los vecinos no sabían es que él en realidad era un okupa y su estancia en nuestra casa era ilegal. También desconocían los deseos de ella, y que no quería ser el producto de nadie. Muchos sabemos que lo que ella quería es que cada uno buscara su sentido personal y profesional, que pensara por sí mismo, sin que sus palabras e imagen fueran utilizadas por otros.

Ella ya dejó como legado a cada uno de nosotros lo que necesitamos para nuestro desarrollo y felicidad. La semilla la sembró en vida.

Hay una habitación que no está okupada. Es una habitación luminosa, tranquila, a la que acudo cuando no hay nadie para escucharme y sentir, como en este momento que estoy escribiendo estas palabras, que estoy protegiendo mi hogar y cuidándola a ella.

Desde que ya no está, el camino en agosto se hace en silencio. Sin hacer ruido. Tenemos todo este mes para pensar y generar conciencia de lo que somos. Esta es la única manera en la que el jardín recobra un poco de su color haciendo que vuelva a renacer la rosa blanca pura, la de la verdad y el amor, en nuestros corazones.